domingo, 18 de enero de 2015

MAYORÍAS ABSOLUTAS

Hubo un tiempo, cuando yo era joven y tenía ilimitada confianza en los políticos que yo misma votaba, que defendía las mayorías absolutas porque en mi impaciencia me convencía de que con ellas el gobierno vencedor tardaría menos en solucionar los infinitos problemas que teníamos planteados y caminaría con seguridad hacia la consecución de ese mundo que nos habían anunciado y prometido.
Pero han pasado los años y he aprendido a enjuiciar lo que ocurre en este país con menos pasión y más sentido común. O tal vez la experiencia me haya enseñado que a más poder corresponde menos sabiduría, mayor alejamiento de la realidad y escasa urgencia para encontrar respuestas a las necesidades de la población. Es como si el poder transformara los objetivos y la apreciación que de esa realidad tienen quienes lo alcanzan, como si se hubieran aguado en vino sus buenos propósitos y, con la resaca, vieran honestidad donde hay corrupción y les pareciera de razón justificar sus propios disparates y magnificar los ajenos.
Por si fuera poco con ellas crece la prepotencia del líder que, confundiéndose a sí mismo con la patria, se cree con derecho, él o sus secuaces, a hacer lo que quiera con nuestros impuestos, nuestras esperanzas, nuestras vidas, inventando ficciones para justificar sin el menor rubor lo que nos arrebata, promulgando leyes mordaza contra los Derechos Humanos para sentirse más seguro y no tener que soportar el clamor de justicia del pueblo soberano cuando pide trabajo, pan, vivienda, educación y sanidad.
Si a todo esto le añadimos tanta corrupción consentida, entenderemos lo fácil que es erosionar la democracia y llenar el país de escépticos en política, justicia, honestidad pública y derechos sociales.
Esto es al menos lo que vemos que se consigue con las mayorías absolutas, así que ojalá los dioses nunca se la concedan a ninguno de los partidos que hoy luchan por alcanzar el poder. Tal vez así veríamos cumplir su programa electoral a quien gobierna, aceptar la independencia del poder judicial y debatir y negociar en vez de imponer. Y nosotros dejaríamos de sentirnos meros objetos en manos de esos ganadores por goleada.
Así es como lo veo. Y sin embargo, qué hermoso sería que una gran mayoría de hombres y mujeres de este país diera su confianza a la formación política que nos hubiera propuesto desandar el camino que nos ha llevado al descalabro actual, y nos mostrara cómo podemos dejar de ser ciudadanos pasivos y convertirnos en ciudadanos participativos que luchan por la regeneración de la vida pública, construyen entre todos una nueva democracia y con ella un mundo mejor, con dificultades, pero mejor.

Sería como reconocer que es posible alcanzar el poder político y no andarse forzosamente por las nubes de la incompetencia. Aún hay noches que sueño en ello.