domingo, 1 de febrero de 2015

La herencia del pujolismo

A veces me pregunto en qué habrá influido en la política catalana de hoy, haber tenido como líder supremo a un hombre que mientras decía enseñarnos lo que eran la moral, la política y la patria, mantenía una fortuna de origen dudoso a resguardo de impuestos en un país extranjero. Porque repasando esos 23 años de gloria pujolista, no vemos que el amado líder, con sus constantes y definitivos apoyos a los gobiernos centrales, hubiera obtenido para Catalunya nada digno de tenerse en cuenta, ni siquiera un triste AVE con que redondear los Juegos Olímpicos del 92. En cambio nada le costó lograr que no le fuera imputado ni a él ni a su gobierno ninguno de sus errores, carencias o mala suerte sino que el verdadero culpable de todo fuera  “Madrid” que, desde entonces, se ha convertido en el comodín para justificar fallos propios y ajenos que tengan que ver con Catalunya.
Aún así, son muchos los que se preguntan si no será que sus constantes viajes a la capital tuvieron como objetivo no el AVE precisamente, o una mejor financiación, sino más bien evitar  posibles fugas de información sobre su fortuna extranjera y otras actividades financieras que, estando como estaban en boca de todos los catalanes, no es creíble que no lo estuvieran también en las de los gobiernos de turno para utilizarlas a su conveniencia.
Todo es posible, pero no se trata de esto ahora sino de saber que hay en nuestra situación política de hoy que pueda considerarse herencia del pujolismo. Porque el panorama es un tanto incomprensible: gobiernan en Catalunya dos grandes partidos: CIU por ganar las elecciones y ERC por apoyar la endeble minoría de CIU, pero ni el primero es realmente independentista por más que así pretenda pasar a la Historia, ni el segundo, aún llamándose de izquierda, lo es tampoco. Mientras tanto parte de la población que voló entusiasmada hacia esa independencia -prestigio de uno y pasión del otro- vacila entre la necesidad de creer en los extraños e incomprensibles movimientos de Mas, delfín del Pujol, y la necesidad de plantearse un modelo de estado sobre el que nadie ha debatido aún, porque se ha vivido en la convicción de que no hacía la menor falta definir ese modelo, ya que sería la propia independencia la que traería consigo el mundo mejor que todos deseaban.
Ahora, aturdidos por tantos intentos de votación, convocatorias y elecciones, peleas y reconciliaciones, apoyos y retiradas de apoyos, muchos independentistas ya no saben qué  independencia quieren. Y si se ponen a pensar por su cuenta, tal vez descubran que, sea la que sea, habrá que luchar por ella de  la mano de Mas, el Moisés de CiU, o del líder de ERC tan inocente que renuncia a sus ideas sociales a cambio de proclamarla.
Pero nadie habla de estas cosas, casi nadie. Nadie sabe, nadie contesta, de ahí que vislumbremos en ese silencioso caos que vivimos los catalanes, atisbos de la herencia pujolista recibida tras esos 23 años durante los cuales, confundidos con la patria, la moral y lo que fuere, recibimos  incuestionable aleccionamiento sobre la grandeza de nuestro acrítico proceder. 
Y ahora, entre la irrupción de la Judicatura en la modélica familia de Pujol y los líos que se traen a diario esos dos partidos que tanto presumieron de unidad, nos hemos quedado desconcertados, silenciosos.
¿De quien será la culpa esta vez?


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